Vivir en lo extraño, fue el título de la exposición de Monica Dixon en el ‘Complejo Cultural As Quintas’ (A Caridad, El Franco - Asturias) durante los pasados meses de septiembre y octubre de 2022.
Texto del catálogo:
MÓNICA DIXON. VIVIR EN LO EXTRAÑO
ALFONSO DE LA
TORRE
No es preciso
demasiada luz, una luz débil permite vivir en lo extraño, una lucecita fiel.
Samuel Beckett, “Malone muere”
(1951)[i].
Es un
enigma la imagen. Un misterio las
imágenes de Mónica Dixon (New
Jersey, 1971), pinturas donde prevalece ese habitar suyo en estancias pobladas
por las preguntas, como quien ofrece el paso al poder de un vacío, una ausencia
inicial, la muestra de una misteriosa intimidad que hubiese sido iluminada por
una luz diferente, no llegada desde este nosotros. “Despojando el espacio pictórico”, me dirá,
como un lugar siempre al comenzar, en tanto quedamos adheridos por la soledad al
temblor de esos lugares sin nombre en el mundo, tal quien sin mediación contempla
tentando habitar ese espacio, ahora lugar sin ocupantes, elevadas las paredes entre
la voz augural y templada de la noche.
Dixon dice
como aquel personaje de Dickens: “Night is generally my time for walking (La
noche suele ser mi hora de paseo)”[ii].
Representa interiores inflamados por aquella
luz de extrañeza: “lo que en realidad quería ver: el espacio pintado en sí
mismo, la vibración de la luz en la atmósfera, la soledad esencial del
escenario (…) somos nosotros, los individuos, los que damos forma a los lugares
que habitamos; es el propio cuerpo el que activa el espacio y no la existencia
del espacio en sí”[iii]. Como una deriva de la imaginación[iv],
este complejo ejercicio de hacer desaparecer el mundo deviene empero una
misteriosa propuesta de acceso a la imagen que pareciere entonces convertida en
exilio y reino, pues Dixon pinta el espacio con precisión y nombra las sombras,
extiende lugares donde vibra una interioridad silenciosa semejase poblada por
un vacío lunar, pasajes oscuros[v],
representando escenas que parecen mostrarse en disimetría, unas sobre las
siguientes, estas sobre las anteriores, como en un proceso de continuo
desvelamiento. Escenas inquietantes por
su aire de preguntas, esta obra erigida concienzudamente en la incertidumbre, pues
no son sus pinturas la revelación de una presencia plena sino, más bien, huellas
de presencias desvanecidas, como si contemplásemos la casa de la que se ausentó
su héroe, corredores en suspenso donde todo cesó, tal sucede en el magno lienzo
“[Im]possible escape” (2019), o su severa réplica “Possible escape” (2020): en
ambos todo se detuvo, allí se desplaza habitante el habla sin habla, la voz ausente.
En el espacio se encuentran los planos que
fueron pintados como laberintos de espejos de las almas perdidas, aquellos
espejos de obsidiana de Pompeya que, en vez de imágenes, devolvían sombras: reflejan la sombra
-decía desconcertado Plinio el Viejo- en lugar de la imagen de los objetos[vi]. Mas las
imágenes activan el espacio, explica Dixon refiriendo sus pinturas, estas más
bien una promesa de imágenes capaces de mostrar, con frecuencia, su querencia
por un centro de luz, sobrepasando los signos que parecen contener, espacio que
es mostrado como escuchante de una rara sonoridad.
Hay una
historia del arte de los espacios vaciados, que ya tentaran Fra Angélico o
Piero della Francesca, templos en la soledad de su nervadura pintados por
Saenredam, interiores metafísicos de De Chirico, cameras incantatas de
Carlo Carrà. Pensé en Dixon, sí,
recordando los espacios multiplicados en grises azulinos de Masaccio, aquella
“Trinidad” de fulgor rosáceo vista en un día obscuro en Santa María
Novella. O los ámbitos interiores y
luces en fuga que pintara Pieter de Hooch.
Espacios detenidos, dirá también la artista[vii],
donde ella representa la ausencia como una geometría doliente, quizás manifestada
la promesa de un advenimiento, pues las representaciones de Dixon elogian la concentración
y el recogimiento en el seno de la errancia del habla del mundo. Son cuadros, pienso ahora, a los que
podríamos llamar “Existenzbilder”, cuadros de existencia, como aquellos de Giovanni
Bellini vistos por Jacob Burckhardt.
Sosegada, Dixon
atiende la espera de los levantes de la aurora, representando estos espacios
que son, más bien, intervalos entre la pintura y el relato, pues nos devuelve
verdaderas pinturas del umbral, siempre en el umbral de la mirada, sus lienzos acariciando
un porvenir, como en su duplo “Cold morning light” (2020) o el reciente “When
light comes in” (2022), tal si en ellos viésemos la luz que luego ha de
proseguir: fuera presto está el alba a despuntar. Habitando quizás la voz rotunda de Wittgenstein
diciéndonos: alejémonos del mundo, impugnemos su palabra vana, pues nada sobre
el mundo es posible decirse si no, más bien, sobre sus límites, sólo podremos
explicar el mundo “si pudiésemos salir fuera del mundo, es decir si dejase para
nosotros de ser el mundo entero”[viii].
Silencio.
Reclaman su potestad estos espacios numinosos, pues ha sido objetivo de
Dixon concentrarse en lo esencial, una búsqueda compartida con ciertos
pintores, estoy pensando en aquella afirmación de Robert Ryman sobre el
carácter milagroso de la pintura: como una epifanía surge algo que no estaba
antes, un canto tácito parecido y sin embargo siempre diferente[ix].
Ejerce nuestra artista la tentativa de crear
un lugar, como quien ha conducido el movimiento desde el existir al
reposo. Un espacio pictórico donde traza
la tentativa de encontrarse con quien contempla y, este, desplazado queda a un
lugar otro, alejado de lo subjetivo de la representación de personas, objetos o
lugares concretos, como un vaciamiento.
Liberada también la ausencia como un poder y, desde ahí, ser trasladados
hacia un preciosísimo
silencio destilado en esos espacios con aire infigurable. Como una arqueóloga de espacios perdidos,
parece representar promesas de sentido bajo una luz oblicua, como un estado de
privación capaz de comunicar aquello incomunicable, el fulgor de lo que se
ausentó, la celebración de lo indecible, tal aquella música callada conducente
a la sabiduría en el sosiego y silencio de la noche que el amor vivifica[x],
cántico espiritual entonces. ¿Podrá la
pintura extender su reino?
Ved.
Escuchad. Custodia Dixon una ilusión, alianza
de unas pinturas donde oscuridad y claridad, regiones adversas, se encuentran.
Como
un privilegio nocturno pleno de su poder de interrogación, con su belleza
escarchada.
[ii] Charles Dickens, en el
comienzo de “Almacén de antigüedades (The Old Curiosity Shop)”. Citado por CALVINO, Italo. Seis propuestas para el próximo
milenio. Madrid: Siruela, 2010.
[iii] DE LA TORRE, Alfonso. Derivas de la imaginación. Otras visiones de la geometría. Caracas-Madrid: Galería Odalys, 2021, pp. 29-30. Se explica en siguiente nota.
[iv] Estoy citando el
título de la exposición antes mencionada, en donde se incluían las obras de Dixon: “Red, black & green” y
“Soirée”, ambas de 2020.
[v] Estoy aludiendo al título de una obra de Mónica Dixon, “Dark Passage” (2020).
[vi] Plinio el Viejo, Historia Natural-Libro XXXVI, entrada LXVII. [1]: “Otro género es el vidrio de obsidiana, algo similar a la piedra que fue descubierta en Etiopía por Obsidius. Esta piedra es muy oscura, a veces translúcida, pero que formando espejo para la pared, hace la sombra en lugar de la imagen de los objetos”.
[vii] Título de su exposición de 2021 en la Galería Caicoya, de Oviedo.
[viii] RUSELL, Bertrand. Introducción al Tractatus lógico-philosophicus. Madrid: Alianza Editorial, 2003, p. 164.
[ix] Robert Ryman citado
por: FRÉMON,
Jean. Samuel Beckett. El mundo y el pantalón. Epílogo (1989). Barcelona: Elba, 2017, pp. 88-89.
[x] SAN JUAN DE LA CRUZ. Cántico espiritual. Barcelona: Lumen, 2021 (la edición consultada). Canción 14, p. 183.
Alfonso de la Torre - Vivir en lo extraño - Monica Dixon
Fotos Marcos Morilla
PRENSA:
La Nueva España, agosto 2022
Mónica Dixon expone sus interiores en As Quintas de La
Caridad
Luis Feás Costilla
Fuera de núcleos principales como Gijón y Avilés, hay
repartidas por Asturias una serie de localidades que disponen de centros municipales
con buenas salas de exposiciones y una programación estable, a disposición de
vecinos y aficionados. Se trata por ejemplo de Piedras Blancas y su Valey
Centro Cultural de Castrillón, Candás y su Centro de Escultura Museo Antón,
Mieres y deslumbrante PZSB, recuperados ambos para la ciudadanía, Villaviciosa
y su recién restaurado Ateneo, Pola de Siero y la espléndida sala de su
Fundación Municipal de Cultura, cabecera de una red de Casas de Cultura que,
aunque menores, no por ello son menos meritorias, como las de Grao o Cangas de
Onís. Falta en esta relación Oviedo, cuyo Ayuntamiento ha sido incapaz de
restablecer en los tres últimos mandatos un lugar donde realizar exposiciones
de forma continuada, algo impropio de una ciudad que es, al fin y al cabo, la
capital asturiana.
Entre estas localidades destaca La Caridad, no tanto por la
sala situada en la Casa Consistorial, que de vez en cuando también programa
buenas exposiciones, como por el Complejo Cultural As Quintas, que, aunque
cuenta con el apoyo municipal, es básicamente sostenido por su Asociación de
Amigos y numerosos colaboradores, con el asesoramiento del escultor Herminio.
Son tantas y tan atractivas las actividades artísticas allí desarrolladas que
es casi obligado reseñarlas en estas páginas y aun así no es extraño, dada su
frecuencia, que algunas de ellas queden fuera, como sucedió con el joven Javier
Ortega. O con David Magán, que, con sus arquitecturas inmateriales, sus objetos
de luz y sus figuras duales realizó este verano todo un elogio de la sombra, en
un espacio que, por el acabado de sus paredes, su techo de madera, su sistema
de alumbrado y climatización, constituye un modelo a seguir en cuanto a
adaptación de una casona antigua a las necesidades culturales de una comunidad
viva que quiere progresar y sentirse moderna. Con Magán y el propio Herminio
tiene mucho que ver la artista que expone ahora, la bien conocida pintora
Mónica Dixon (Marlton, Nueva Jersey, EE UU, 1971), que juega sólo con los
matices de tres colores, el blanco, el negro y el rojo, y hace asimismo un
elogio de la luz y de la sombra, lo que no resulta extraño en un complejo
cultural que tiene bien definida su línea de programación. A decir verdad, la
pintora, residente en Oviedo, trabaja fundamentalmente dos series distintas, la
allí mostrada y otra dedicada a los amplios paisajes de espacios abiertos, con
casas solitarias de inquietante arquitectura situadas en mitad de la llanura de
una Norteamérica rural más evocada e imaginaria que real, que acaba de exponer
por ejemplo en una individual en la Galerie Artima de París, bajo el título de
«Backyards». Son lugares que no existen más que en su espíritu, en una
manifestación de la nostalgia que a veces siente por la tierra que la vio
nacer.
Por otro lado, están sus interiores, esos «espacios
detenidos» (así tituló su última exposición en la Galería Guillermina Caicoya
de Oviedo) que elabora mediante maquetas y en los que lo fundamental es el
efecto de la luz, esa claridad que entra lateralmente y se refleja en las paredes,
despojadas de todo lo innecesario, en una concreción cada vez más abstracta que
le ha valido numerosos premios y reconocimientos, el más reciente en el
Certamen Nacional de Pintura «Virgen de las Viñas» de Tomelloso, en Ciudad
Real. Lo que quiere mostrar es el espacio en sí mismo y la luz que lo revela,
para transmitir la soledad esencial del escenario y su extrañamiento, en una
pintura que habla tanto de presencias como de ausencias, en este caso expresada
en diecisiete cuadros recientes. para ello hace dialogar la iluminación natural
y la artificial, jugando con los planos y las perspectivas, en una oscuridad
casi total, en blanco y negro, pero con todas las gradaciones del gris, sobre
un fondo de habitación iluminado tangencialmente, con uno o varios tabiques en
medio que segmentan el haz de luz y generan un halo que va degradándose hasta
desaparecer en la negritud, aplicada al acrílico de manera tan pulcra que roza
la perfección. Sólo en ciertas ocasiones se introduce algún elemento distinto,
como un muro en rojo profundo o alguna figura geométrica de ese color, de valor
puramente formal. Como escribe en el catálogo Alfonso de la Torre, «Dixon pinta
el espacio con precisión y nombra las sombras, extiende lugares donde vibra una
interioridad silenciosa [que] semejase poblada por un vacío lunar, paisajes
oscuros, representando escenas que parecen mostrarse en disimetría, unas sobre
las siguientes, éstas sobre las anteriores, como en un proceso de continuo
desvelamiento».
Vivir en lo extraño
Mónica Dixon
Complejo Cultural As Quintas, calle Quintas 1, La Caridad.
Hasta el 22 de octubre
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